Perfume
No sé qué les sucede a las mañanas... a mis mañanas quiero decir. Despertarme antes que el despertador, y quedarme viéndolo por largo tiempo, con detenimiento, como velando su sueño, hasta que de pronto suena y lo apago para que haga el menor ruido posible, para que no arruine esta quietud enfermiza. Luego levantarme, poner algún disco en el tornamesa, usualmente Miles, destruirme la poca mañana en tanto sonido metálico de una trompeta quizá más atormentada que yo. Y entonces el cigarro encendido en el cenicero, y las dudas de si meterme en la cama para siempre, o si ir por una ducha, y arrancarle segundos a ese tiempo maldito que no sabe más que andar y andar. Y lo curioso es que, en medio de esa prisa inmisericorde, el sonido de los platillos tocados con espumas, suaves, en compases de 12/8, me brinda esa deliciosa esperanza de que todo puede irse a la velocidad que quiera, pero yo pondré mi propia velocidad. Tienes razón, Miles... so what? Una pitada, dos pitadas, escudriñar tras la